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Esa otra Colombia �Perdonar lo imperdonable?

Lo que cont� EL TIEMPO sobre asesinatos de 'paras' se asemeja de manera terror�fica a los que pas� en Ruanda.

Yo pas� por esos campos de la muerte sin saberlo; caminos de tierra con horizontes de mar en C�rdoba. A lado y lado de mi ruta de vacaciones, grandes fincas con ceibas de sombra generosa. No sab�a, tal vez no quer�a saberlo, que justo all�, a unos metros del camino, la barbarie hab�a sobrepasado los l�mites de lo humano. Y hoy quiero tratar de decir algo sobre las cr�nicas de EL TIEMPO tituladas 'Las fosas de los paras', cr�nicas de lo indecible, de duelos y dolores para los cuales ni siquiera existen adjetivos.

Y releyendo estos relatos espeluznantes, volv� a sacar de mi biblioteca un libro del soci�logo Jean Hatzfeld titulado El tiempo de los machetes. En este texto, y a trav�s de entrevistas realizadas con asesinos hutus en algunas c�rceles de Ruanda, el autor hace hablar a aquellos que masacraron a machetazos a 800.000 tutsis en tres semanas, sin que el mundo se conmoviera.

Habla Elie, uno de ellos: "... en el fondo, un hombre es como un animal, primero uno le corta en seco la cabeza y se cae solo. En los primeros d�as, los que hab�an matado pollos y sobre todo cabras ten�an ventajas sobre los otros. Se entiende. Despu�s, todos nos acostumbramos a este nuevo oficio y lo hac�amos r�pido... el trabajo nos mov�a... Pero nadie puede confesar toda la verdad, al menos de que quiera ser condenable y maldito a los ojos del mundo...".

Las cr�nicas de EL TIEMPO se asemejan de manera terror�fica a lo que contaban los asesinos de Ruanda, pues esta frase de un campesino africano podr�a ser la de cualquier asesino colombiano que aprendi� a descuartizar con campesinos vivos. Ellos, los asesinos de aqu�, apenas comienzan a hablar, tal vez a�n abrumados por la enormidad de sus actos. Y me pregunto. �Hablar para qu�? �Habr� perd�n para lo imperdonable? Si uno de mis hijos hubiera sido uno de estos campesinos descuartizados vivos, no s� si lograr�a perdonar. A menos que el perd�n tenga sentido justamente para lo imperdonable. No s�. Pero hoy me duele esa otra Colombia, esta Colombia rural, profunda, adolorida y a veces tan lejana de lo que vivimos en la urbe, tan lejos de "Bogot� Capital Mundial del Libro", tan cerca de una indiferencia que duele.

Tal vez es tiempo de sacudir esta pereza confortable, salir a la calle, gritar para dejar huellas de nuestra indignaci�n antes de que sea tarde y de que nos volvamos todos y todas el olvido que seremos. Y estoy ah�, frente a la pantalla de mi computador, tratando de buscar las palabras para expresar lo que siento, lo que sent� hace unos d�as al leer estas seis p�ginas de horror, pero no me salen; tal vez porque no existen o no s� encontrarlas.

Pero hoy, juntando los genocidios de los jud�os, de los gitanos, de los tutsis o de cualquier otro pueblo de ese triste planeta, y leyendo lo que apenas estamos descubriendo de las masacres de los paramilitares, s�, una vez m�s, que el mal absoluto existe.

Tratamos de olvidarlo y hasta lo logramos de vez en cuando, pero no, ah� est�, contado y puesto en palabras en el peri�dico, sin redenci�n posible, sin explicaci�n. Y como psic�loga me pregunto tambi�n por la infancia de estos asesinos, por las madres de estos asesinos, por los padres, probablemente ausentes; me pregunto por las maestras o los maestros que tuvieron en la escuela; es evidente que algo fall�, �pero qu�? �Qu� pas�?

Y otra vez no tengo respuesta. A Primo Levi, sobreviviente de los campos de concentraci�n nazi, le cost� la vida recordar el horror en las p�ginas de sus libros; se suicid� luego de lograr poner en palabras justamente lo indecible. Tal vez a este pa�s le cueste la vida contar la barbarie, pero s�lo as� recuperar�a la dignidad.

* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad

Florence Thomas

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