La Escuela de las Américas y los
mártires de El Salvador
La
Escuela de las Américas fue establecida en Panamá en
1946. En 1984 fue trasladada a USA. En el 2001, por su
mala reputación, el Pentágono decidió cambiarle el
nombre por el de Instituto de Cooperación para la
Seguridad Hemisférica (WHINSEC).
Por sus aulas han pasado más de 64.000
militares de América Latina, muchos de los cuales han
sido destacados violadores de derechos humanos., tales
como los chilenos Manuel Contreras, Álvaro Corbalán,
Miguel Krassnoff, Humerto Gordon, José Zara, Carlos
Herrera Jiménez, Raúl Iturriaga, Odlanier MENA, Armando
Fernández Larios.
En 1996, la prensa norteamericana dio a
conocer la existencia de los Manuales de Entrenamiento
utilizados en la formación militar de WHINSEC, que
aconsejaban “… aplicar torturas, chantaje, extorsión y
pago de recompensa por enemigos muertos”. Ello
demuestra que los “los torturadores no nacen: alguien
los educa, los entrena y los apoya”.
El 15 de noviembre de 1989, en El
Salvador, el general Emilio Ponce, con la complicidad de
todos los que entonces tenían poder, ordenó el asesinato
del Rector de la Universidad Centroamericana (UCA) y de
sus colaboradores más cercanos, quienes eran los
gestores intelectuales de la pacificación del país.
Es así como el padre Ignacio Ellacuría y
otros cinco sacerdotes jesuitas, la empleada de la casa
y su hija adolescente, en la madrugada del 16 de
noviembre de 1989 fueron acribillados por un escuadrón
del Ejército salvadoreño previamente entrenado en la
Escuela de las Américas.
La orden de Ponce fue categórica: “Hay
que proceder a su eliminación sin testigos”, como es
habitual en las acciones que hemos padecido los
latinoamericanos bajo las dictaduras.
A Ellacuría y a los jesuitas, de
reconocidas capacidades e influencias intelectuales y
morales, les llenaron de balas sus cabezas con la
intención de “que sus cerebros no continuaran pensando
en caminos de justicia y de paz”. La empleada y su hija
murieron debido al principio ejercido por todos los
genocidas de América Latina: no dejar testigos.
Jon
Sobrino, relevante teólogo de la liberación, se
encontraba fuera de El Salvador en el momento del
crimen, al igual que el esposo de la empleada de la
casa. Fueron los únicos sobrevivientes de aquella
Iglesia de Monseñor Romero: Iglesia viva, popular, de
pobres y de mártires.
Rememorando a Ellacuría, Jon Sobrino ha
señalado que “las raíces de la Iglesia que Uds. no
dejaron no se han secado y siguen produciendo frutos,
muchos admirables” tales como las comunidades que
defienden a los pobres, trabajan con enfermos de SIDA,
apoyan a inmigrantes y víctimas de la opresión, luchan
porque el medio ambiente sea humano, denuncian a la
minería explotadora, educan a la juventud, celebran
liturgias con creatividad, estudian la Biblia. En fin,
razonan en medio de una cultura mediática y manipuladora
que no invita a pensar.
Los jesuitas de la UCA actuaban para
servir a su pueblo y no por la búsqueda de poder. En
otros términos, postulaban una Iglesia en misión de
generar una conciencia colectiva, lo que implicaba
denunciar a los poderosos carentes de conciencia.
Era necesario preguntarse por la
justicia que había que practicar para sanar a El
Salvador, dando eficacia al Evangelio mediante sus
testimonios, frente a una “Iglesia fácil”, de liturgias
y devociones, con obras de misericordia, pero sin
promoción de la justicia, sin compromisos, sino como
alivio a las cargas de la vida.
Para Jesús, el Reino de Dios es un mundo
en el que reina la paz con justicia y solidaridad
universal. Ello implica combatir la idolatría,
especialmente aquella que insta a estar bien con todos,
incluso con quienes promueven o son cómplices de
genocidios.
Ellacuría, filósofo y teólogo, se
preguntaba “por qué muere Jesús y por qué lo matan”. El
mismo responde que por fidelidad al misterio de Dios y
para no ser ciegos ante la crueldad del mundo. Ello
significa desarrollar una Iglesia que propicie
estructuras que den vida a las mayorías y que enfrenten
a quienes impiden o anulan aquello.
Es así como en su último escrito de
1989, el Rector de la UCA afirmaba que “la Iglesia de
los pobres se constituye en el nuevo cielo que se
necesita para superar la civilización de la riqueza y
construir la civilización de la pobreza, nueva tierra,
en la que habite, como en un hogar acogedor y no
degradado, el hombre nuevo”.
Uno de los principales medios de
mantención de la injusticia es la violencia ejercida por
los ejércitos y policías convertidos en guardias
pretorianas de los intereses de las transnacionales y de
sus socios nacionales. Para ello existe la Escuela de
las Américas y las 70 bases militares norteamericanas
establecidas en los países de América Latina, como la
recientemente inaugurada en el Fuerte Aguayo de Con-Cón
y posiblemente otras aún desconocidas.
Para los cristianos, a lo anterior se
agrega que “nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo
de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual
aparentemente todo procede con normalidad, pero en
realidad la fe se va desgastando y degenerando en
mezquindad”. (Aparecida, Nº 12).
Esto significa que si se permanece
neutral en situaciones de injusticia, en verdad se ha
elegido el lado del opresor, lo que ratifica el mártir
Ignacio Ellacuría: “Aquellos que odian la injusticia
están obligados a luchar, con cada onza de sus fuerzas.
Ellos deben trabajar para un mundo nuevo en que la
avaricia y el egoísmo sean finalmente vencidos…”.
Hervi Lara
Comisión Ética contra la Tortura (CECT-Chile)
Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los
Pueblos de América Latina (SICSAL)- Comité Oscar
Romero-Chile.
Este artículo ha sido escrito para EL CIUDADANO en Chile