Reportaje sobre la delegación a la Frontera, de SOA
Watch, que se realizó del 19 al 27 de mayo del 2013
"La frontera está en todos lados"
Las compañeras de María, del albergue en Nogales,
México, la guiaron cuidadosamente a la habitación donde
miembros de nuestra delegación a la frontera de SOAW se
habían reunido para compartir con algunas de las
migrantes recientemente deportadas de vuelta a México.
Después de cinco días cruzando el desierto Sonora, de
Arizona, las frágiles e hinchadas piernas de María ya no
soportaban su peso, y era incapaz de caminar. A su lado
se sentó Sofía, quien aunque podía caminar, tenía
grandes moretones negros y morados en sus brazos a causa
de seis días de suero. La sacaron del desierto con
helicóptero en un estado inconsciente.
Ambas llevaban sonrisas tímidas que parecían contrastar
con la realidad que acababan de vivir. Quizás a través
de sus sonrisas estaban reconociendo el milagro que es
simplemente estar vivas.
El
desierto le había quitado la fuerza a las piernas de
María, pero no le había quitado su espíritu. Ni tampoco
se lo quitó el muro fronterizo de acero, de 651 millas
de largo, ni tampoco los 18 millones de dólares gastados
anualmente por el gobierno de los Estados Unidos para
militarizar la frontera.
María nos contó que una vez que baje la hinchazón de sus
piernas, y que sus rodillas puedan cargar a su cuerpo de
100 libras, va intentar nuevamente cruzar el desierto.
Yo estaba incrédula, habiendo caminado solo un pequeño
pedazo del desierto dos días antes. Habíamos ido a dejar
agua en uno de los caminos migrantes con Steve, un guía
experto y voluntario de la organización “No Más
Muertes”.
Este grupo, junto a los Samaritanos, hacen viajes
diarios al desierto para dejarle agua a los migrantes.
El hecho que recogimos más jarros vacíos que los que
dejamos, comprobó que estaban cumpliendo con su
propósito: salvar vidas.
Aunque tomé agua como camello y sabía que unas vans con
aire acondicionado nos estaban esperando, estaba
completamente desgastada después de sólo tres horas en
el desierto, uno de los más brutales del mundo.
Hay pequeños altares, animitas, esparcidos por todo el
desierto, que marcan los lugares donde han encontrado
cuerpos. En total, 5,000 cuerpos en los últimos 15 años
y quizá haya más que el desierto nunca revelará.
Todavía afectada por mi pequeño viaje al desierto, le
pregunté a María porque iba a tomar el riesgo
nuevamente. Su respuesta fue una que entendí
inmediatamente: sus hijos estaban al otro lado.
La
tecnología militar no detiene a madres como María, a
pesar de que el complejo militar industrial está
desesperadamente tratando de ganarse contratos militares
del gobierno de $6.8 billones de dólares y que el Senado
quiere gastar en más militarización de la frontera.
Ellas están dispuestas, a arriesgarlo todo, por
reencontrarse con sus hijos y poder apoyarlos
económicamente. Lo que hace esta militarización es
empujar a los migrantes hacia las rutas más peligrosas.
Aunque los niveles de migración han bajado en general,
las muertes en la frontera se mantienen constantes.
Si el nombre de María fuera Laura Ingalls, de la serie
la Pequeña Casa en La Pradera, hace cien años atrás su
historia sería de una mujer que valientemente cruza
territorios difíciles para forjar una nueva vida y
reunificarse con su familia, y sería parte mítica del
tejido de EEUU.
Niños en las escuelas tendrían que leer su historia.
Pero hay una diferencia: Laura estaba caminando sobre
tierras que nunca le pertenecieron a sus ancestros,
mientras que María camina sobre tierras que hace años
atrás eran parte de su país, México. Pero en vez de ser
considerada una heroína, María es una criminal.
Hoy, mientras que en Washington debaten la
“descrimininalización” de inmigrantes (ya que, nuestra
sociedad, EEUU, se cae a pedazos sin ellos),
silenciosamente, los dólares de nuestros impuestos van
para criminalizar y encarcelar a decenas de miles de
inmigrantes en nuestras propias comunidades.
Fuimos
testigos de esta esquizofrenia de políticas públicas
cuando visitamos la Corte Federal de Tucson, donde vimos
a 60 inmigrantes – esposados, con cadenas, en sus manos
y pies, muy cansados después de días en el desierto –
enviados en grupos de cinco a pararse en frente del juez
y sentenciados a un promedio de cuatro meses en la
cárcel.
Su crimen era entrar sin inspección. Este proceso entero
se llama Operación Streamline (Operación Agilizar), se
demoró solo dos horas y le costó a los ciudadanos un
millón de dólares. Y ese precio es solo por una sesión,
en una Corte, en un día.
La misma cosa pasa en seis cortes fronterizas, cada día
de la semana. Y la nueva ley del Senado espera triplicar
esta operación.
Inmediatamente después de Streamline, los inmigrantes
son llevados a la prisión, mayormente prisiones
privadas. Las escuelas en los Estados Unidos están
siendo clausuradas, pero las cárceles privadas, como las
de CCA, Corporación de Correcciones de América, están
siendo abiertas y expandidas a un nivel impresionante.
Esto es mayormente debido a la nueva tendencia de
encarcelar inmigrantes en números masivos, por el crimen
de haber entrado el país por la puerta de atrás.
El 60% del tiempo de las cortes federales de Tucson son
dedicadas a casos de deportación, lo cual los deja con
poco tiempo para lidiar de manera adecuada con crímenes
realmente serios.
Para las personas procesadas por Operación Streamline
primero viene la cárcel, después el centro de detención
y finalmente la deportación.
Está actualmente previsto que el Presidente Obama va a
deportar a más inmigrantes en estos últimos 6 años – más
de 2 millones — que la suma de todos los inmigrantes
deportados en aproximadamente 100 años, entre 1892-1997.
Lo más preocupante es que en sólo los dos últimos años
más de 200,000 familias ya han sido separadas por
deportaciones.
María tuvo suerte de “solo” ir directamente a la
detención de Servicio de Inmigración y Control de
Aduanas (ICE, por su sigla en Inglés). Después de pasar
5 miserables días en el calor agonizante y en el frío
brutal de la noche, el “coyote” que la tenía que recoger
nunca llegó y terminó en un vehículo del Border Patrol
(“la migra”).
Rápidamente la esposaron de manos y pies y la llevaron
en este estado al centro de detención. Ya que es tan
delgada, nos contó que sus muñecas se salían de las
esposas, entonces ella continuamente se las tenía que
ajustar para evitar que se le salieran y los oficiales
la regañaran.
Trágicamente, las Patrullas Fronterizas a veces van
mucho más allá que los regaños. Este fue el caso para
José Antonio Elena Rodríguez, quien estaba del lado
Mexicano de la frontera cuando fue brutalmente asesinado
por las Patrullas Fronterizas Estadounidenses, quienes
lo llenaron de 13 balazos en su cabeza y espalda. Ese
fue su castigo por haber supuestamente tirado unas
piedras por encima de la reja.
Tuvimos la oportunidad de juntarnos con la familia de
José, y el Padre Roy Bourgeois les dio una foto de la
cruz que sostuvo en la vigilia del año pasado, que
llevaba el nombre de José. Estando ahí, nos dimos cuenta
de lo imposible que hubiera sido que unas piedras
alcanzaran a cruzar una reja de 30 pies de alto, que
está en un cerro que ya es de 30 pies de altura.
También
hay que decir que varios migrantes contaron que las
Patrullas Fronterizas los salvaron de la muerte.
Este fue el caso de Tania. La Patrullas la buscaron en
el desierto una noche entera, después de que su marido
pudo contactarse con ellos después de que ella se había
desmayado en el desierto.
Una vez encontrada, la llevaron en helicóptero al
hospital en Phoenix. Lo que queda claro es que los
culpables del incremento en muertes en el desierto no
son las Patrullas Fronterizas, sino que las políticas
migratorias que hay detrás.
Y
entonces, ¿porque vienen tantos migrantes? Le
preguntamos a los trabajadores de la Iniciativa
Fronteriza Kino, cuyos servicios incluyen servir cientos
de comidas al día para migrantes deportados desde el
lado Mexicano, y también tienen un albergue para mujeres
recientemente deportadas.
El director de educación de Kino, West Cosgrove,
respondió que durante sus 17 años viviendo en ciudades
de la frontera, ha escuchado múltiples versiones que se
resumen en una simple explicación: nosotros estamos aquí
porque ustedes estuvieron allá.
La manera más grande en que “nosotros estuvimos ahí” en
México es por supuesto vía NAFTA, el tratado de libre
comercio que prometió fortalecer la economía Mexicana,
pero que destruyó las vidas de millones de pequeños
agricultores que se vieron incapaces de competir con la
gigante y subsidiada agroindustria Estadounidense.
No es sorprendente que empezaron a construir el muro
fronterizo en 1994, el mismo año que se aprobó el NAFTA.
Maquiladoras
de los EEUU se instalaron en el territorio mexicano,
pagando salarios tan bajos que una comunidad construida
en el basural en Nogales, tenía a personas que solían
trabajar en las fábricas pero que ganaban más dinero
trabajando en el basural que en las maquilas.
Nos reunimos bajo una carpa instalada por un grupo de
trabajadores de la clausurada fábrica de tinta de
impresoras “Legacy”. Bajo la carpa, afuera de la fábrica
abandonada, los trabajadores estaban exigiendo ganancias
en lugar de todos los salarios no pagados que les debía
el dueño, quien clausuró la fábrica y arrancó de vuelta
a los EEUU y a sus varios otros negocios.
La Escuela de las Américas también ha contribuido a los
peligros que enfrentan los migrantes, a través del
exclusivo entrenamiento que se le dio a los soldados
Mexicanos. Muchos de estos han desertaron del ejército
para hacerse Zetas, los asesinos contratados por los
carteles Mexicanos.
Los migrantes que pasan por el desierto deben pagarle a
los carteles para entrar y salir de los pueblos
fronterizos, después los “coyotes” de los carteles los
guían para cruzar el desierto.
El
precio mínimo por estos servicios: $4.000 por migrante,
sin incluir las frecuentes violaciones, torturas y a
veces asesinatos a manos de los coyotes. A los migrantes
les descuentan $500 de su precio, si acceden a llevar un
paquete de 50 libras de marihuana.
El medioambiente también está sufriendo un cambio
irreparable por culpa de las políticas de militarización
de la frontera. Están afectando tierras salvajes,
bosques nacionales y refugios de flora y fauna, como la
lechuza enana y el borrego cimarrón.
Toda esta destrucción contribuye a inundaciones masivas.
En un vuelco extraño, el activista medioambientalista
Dan Mills de la organización Sierra Club, fue acusado de
tirar basura cuando distribuía jarros de agua en las
rutas migrantes, aunque él y otros de No Más Muertes
simultáneamente recogían cajas de basura en el desierto.
Dan se negó a pagar la multa, y fue condenado en la
corte federal. Varios meses antes, Dan había descubierto
los restos de una niña de 14 años, Josseline Hernandez,
quien había muerto abandonada en el desierto durante su
viaje para reencontrarse con su madre en California.
Mientras
que en la cámara del Senado se debate la ley de Reforma
Migratoria Integral, para los de la frontera está claro
que esta nueva ley no es integral, porque no se encarga
de lidiar con las causas de fondo de la migración. Ni
tampoco le dá prioridad a los derechos humanos de los
migrantes y sus familias.
Antes de que una persona siquiera califique para los
complejos pasos del estatus legal, los “gatillos de
seguridad fronteriza” requieren $6.8 millones
adicionales para más militarización de la frontera, lo
cual asegurará que habrá más muertes en el desierto.
De todos mis viajes por las Américas, las historias más
terroríficas las escuché en la frontera. Pero también
fui testigo de las expresiones más concretas de
solidaridad, como el dejar agua en el desierto en las
rutas de migrantes.
No todos vivimos en el desierto, pero todos hemos vivido
en comunidades que dependen de los inmigrantes. Isabel
Garcia, de la Coalición de Derechos Humanos nos dijo, la
frontera está en todos lados.
Lisa Sullivan