Si hay un país en la historia de
la humanidad que ha sido aterrorizado por la brutalidad
descarnada y la lógica hipócrita de la modernidad, ese es Haití.
Uno podría suponer que la Revolución Haitiana en 1804 fuera
considerada como un momento crucial que ayudó a dar forma a las
ideas de libertad, igualdad y justicia. Pero no fue así. Haití
ha sido víctima de la historia y de la hipocresía desde su
independencia en 1804. Esta pequeña nación que luchó por la
libertad, la dignidad y la justicia ha encontrado como respuesta
una pesadilla dantesca de esclavitud, genocidio, racismo,
aislamiento, opresión extrema y terrorismo económico, ejercidos
a nombre de la civilización moderna, y que ha perdurado durante
los 500 años desde que Cristóbal Colón desembarcó por primera
vez en la isla. La reciente crisis en torno a las elecciones en
Haití del 28 de noviembre debe ser entendida como una extensión
del apoyo internacional al menoscabo del derecho del pueblo
haitiano a la autodeterminación.
Durante el Siglo XVIII, Haití, entonces conocido como Saint
Domingue, se volvió la más valiosa posesión colonial de Francia.
Para mediados de ese siglo, Saint Domingue se convirtió en la
colonia más lucrativa del mundo, al producir más riqueza que las
13 colonias que posteriormente conformarían los Estados Unidos
de América (1). Esta relación de explotación continuaría hasta
1791, cuando empezó una rebelión de esclavos encabezada por
Toussaint L'Ouverture. Esta guerra de trece años llevó a Haití a
convertirse en el segundo país independiente en el hemisferio, y
la primera república negra en el mundo.
En respuesta a la nueva Constitución, Francia y los Estados
Unidos decidieron desangrar Haití a muerte en un proceso lento y
agonizante. Las potencias internacionales de Francia, Estados
Unidos, Inglaterra y Holanda, dejando de lado sus rivalidades
coloniales, estaban decididas a estrangular esta revolución en
su infancia, ya que tenía el potencial para desmoronar todo el
sistema de esclavitud y colonialismo. A Haití no se le
permitiría convertirse en un éxito, ya que podría desbaratar
todo el orden global racista y capitalista. La única manera de
dejar a Haití existir era si se convertía en el caso perdido del
hemisferio. El "Estado fallido" de Haití sobre el cual leemos
hoy ha sido conscientemente construido durante más de 200 años
por las potencias industriales del mundo.
A cambio del reconocimiento diplomático luego de 21 años de
aislamiento, Haití aceptó contratar un préstamo de un banco
francés designado para pagar indemnizaciones a los propietarios
de las plantaciones francesas por la pérdida de su "propiedad"
-que incluía los esclavos liberados-. En la práctica Haití tuvo
que pagar dos veces por su libertad: primero con sangre, y luego
con dinero. El monto de la deuda ascendió a 150.000.000 francos.
Hoy esa cantidad sería equivalente a 21 mil millones de dólares
(2). Nunca se hizo mención al hecho de que se trataban de
tierras y de un pueblo que en un inicio habían sido robados.
Intervención estadounidense
Como si el bloqueo económico impuesto por la comunidad
internacional no fuera suficiente, Haití pasó a ser el blanco
principal de la intervención de EE.UU. en el Siglo XX. EE.UU.
estaba decidido a asegurarse de que la economía haitiana
complementara la suya. Haití debía dedicarse a la agricultura de
exportación, con producción de café, azúcar, algodón y tabaco
para el consumo estadounidense. La invasión de EE.UU. de 1915
volvió a implantar la esclavitud en Haití en todo menos el
nombre, y permitió reescribir la Constitución haitiana de 1804,
para vía libre a las corporaciones estadounidenses.
Haití bien puede ser el primer país que escapó del colonialismo
mediante una revolución; pero también se convirtió en el primer
país del "tercer mundo" en el sentido tradicional, siendo pobre
y abrumado por la deuda. El gobierno haitiano no pudo construir
escuelas, hospitales ni carreteras, ya que casi todo el dinero
disponible se asignó para pagar a Francia. En 1915, por ejemplo,
el 80% de los ingresos estatales se destinó al servicio de la
deuda (3). Haití tan solo terminó de pagar los préstamos que
financiaron la deuda en 1947 (4). Más de un siglo después de que
la trata mundial de esclavos fuera condenada y eliminada, los
haitianos todavía seguían pagando a los dueños de sus
antepasados por su libertad (5).
Como Haití se encontraba en una situación financiera desesperada
debido al chantaje económico, EE.UU. lo veía como un punto
conflictivo en peligro potencial de "subversión comunista". Bajo
la dictadura de los Duvalier (1957-1986), se subastaron
importantes bienes públicos a Citibank y a la Haitian
Corporation of America, por montos irrisorios, incluyendo los
ferrocarriles, servicios públicos y el Banco Nacional de Haití
(6). Cuando Jean Claude Duvalier fue obligado a exiliarse en
1986, y aterrizó en la Costa Azul francesa, él contaba, según
reportes, con un amplio colchón de $ 1.6 mil millones de dólares
(7).
Fue en este marco de deudas y del nuevo orden económico mundial,
cuando se desató una lucha contra las injustas exigencias del
FMI, el Banco Mundial y EE.UU., que un sacerdote católico
llamado Jean Bertrand Aristide llegó a convertirse, en 1991, en
el primer presidente de Haití elegido democráticamente. El apoyo
popular a Aristide entre los pobres de Haití condujo a su
aplastante victoria con Fanmi Lavalas, con el 67% de los votos
(8).
Aristide lanzó un llamamiento por la reparación de la deuda
odiosa de 21 mil millones de dólares pagada a Francia, y se
opuso a nuevas rondas de privatización de la economía haitiana.
Estos planteamientos no les cayeron bien ni a EE.UU. ni a
Francia, hecho que desembocó en un golpe de Estado en septiembre
de 1991. Gracias a la presión internacional e interna, Aristide
fue colocado de nuevo en el poder por la administración Clinton,
pero no se le permitió completar su mandato de seis años, ni
presentarse a la reelección en la siguiente oportunidad
disponible. En 2000, Aristide fue elegido una vez más, con 91,8%
de los votos (9).
En lugar de canalizar la ayuda al Estado, la financiación se
desplazó a las ONG anti-Aristide y a organizaciones
empresariales como el Grupo de los 184, que operaban en la
sociedad civil haitiana. Gran parte del dinero fue a financiar
las milicias anti-Aristide -conocidas como "grupos de mejora de
la democracia"-, que sustituirían al disuelto ejército haitiano
como una herramienta de los ricos (10). En febrero de 2004,
Aristide fue derrocado nuevamente por fuerzas respaldadas por
EE.UU., Francia y Canadá, y enviado al exilio. El país estaba
maduro una vez más para que la cosecha vaya a las corporaciones
estadounidenses.
Según Peter Hallward, "el período que se inició con el golpe
militar de septiembre de 1991 se puede describir como uno de los
períodos más prolongados e intensos de la contrarrevolución en
cualquier parte del mundo. Durante los últimos 20 años, los
intereses políticos y económicos más poderosos dentro y fuera de
Haití han llevado a cabo una campaña sistemática destinada a
reprimir al movimiento popular y privarlo de sus principales
armas, recursos y líderes" (11).
Un colapso construido
El devastador terremoto del 12 de enero y sus consecuencias
trágicas se han convertido en el telón de fondo de excusas para
encubrir las irregularidades fabricadas para la reciente
elección. Las elecciones del 28 de noviembre son el paso más
reciente en el intento de la comunidad internacional por
reprimir las demandas de autodeterminación del pueblo haitiano.
Fanmi Lavalas, que grosso modo es el partido político más
popular del país, ha sido prohibido de participar en todas las
elecciones desde el derrocamiento de Aristide en 2004. La
exclusión de Lavalas continuó en las elecciones del 28 de
noviembre, sobre la base del no cumplimiento de tecnicismos
inventados a última hora por el muy controvertido Consejo
Electoral Provisional de Haití –instancia fuertemente
influenciada por el actual presidente René Preval. Fanmi Lavalas
y otros 14 partidos políticos fueron excluidos de participar en
las elecciones de 28 de noviembre, sin ningún tipo de argumento
transparente.
Haciendo caso omiso de los informes de organizaciones de la
sociedad civil, tanto nacionales como internacionales, que
destacan las irregularidades de la elección del 28 de noviembre,
la comunidad internacional continuó con su apoyo y financiación
del proceso. Ya en junio, el Instituto para la Justicia y la
Democracia en Haití publicó un amplio informe titulado The
International Community Should Pressure the Haitian Government
for Free and Fair Elections (La comunidad internacional debe
presionar al Gobierno de Haití por Elecciones Libres y Justas) (http://ijdh.org/archives/13138),
sin embargo, la comunidad internacional no prestó atención a las
advertencias de convulsión política que resultaría de su apoyo a
un proceso electoral muy deficiente.
El argumento que sustenta dicho apoyo vehemente a las actuales
elecciones viciadas en Haití es sencillo. Hay más de $10 mil
millones en contratos de reconstrucción (12), una cantidad
demasiado grande para ser confiada a cualquier candidato
independiente, o -Dios no lo quiera!-, uno progresista que
podría canalizar el dinero a la construcción de los servicios
públicos y la infraestructura tan necesarios para que sirvan al
pueblo haitiano. Lo que la comunidad internacional requiere de
estas elecciones es un Presidente que dé el visto bueno a
cualquier proyecto de desarrollo que responda a sus propios
intereses. Un artículo en el Washington Post titulado “Would be
Haitian Contractors Miss out on Aid” (los haitianos aspirantes a
contratistas excluidos de la ayuda) demuestra una vez más la
naturaleza interesada de la ayuda a Haití, al señalar que de
cada $100 de contratos de EE.UU., sólo 1,60 dólares termina en
manos de contratistas haitianos (13).
Sería importante evitar una mayor "ONGización" del país y
alentar fuertemente el desarrollo de las instituciones públicas
que sirven a los más pobres y vulnerables. La salud pública, la
educación y los sistemas de agua deben ser las prioridades de
cualquier esfuerzo de reconstrucción; sin embargo los planes
esbozados por el Comité Interino de Reconstrucción de Haití (IHRC
por sus siglas en inglés), presidido por Bill Clinton,
contemplan sencillamente más de las mismas políticas fallidas
que han devastado Haití. La IHRC apunta a implementar políticas
que convertirán a Haití en un protectorado de esclavitud
offshore para las corporaciones estadounidenses de confección de
vestimenta (14).
El colapso de Haití, sistemáticamente construido mediante la
acción económica y política, ofrece un ejemplo revelador de cómo
el poder moldea las relaciones en beneficio de la parte más
fuerte, a través tanto de condicionalidades, como de la
intervención militar. Haití constituye un ejemplo devastador de
lo que está mal con el orden económico actual. Ha pagado los
costos una y otra vez, simplemente porque su gente desea ejercer
su derecho a la autodeterminación: sea a través de la rebelión
contra la esclavitud y el colonialismo, o a través de las
exigencias para participar en unas elecciones libres y justas.
Lo único que el pueblo haitiano ha exigido es libertad y
respeto, y desde ese entonces ha sido castigado sin parangón por
estas demandas. (Traducido por ALAI del original en inglés)
- Kevin Edmonds es periodista independiente y estudiante de
postgrado del Instituto de Globaización de McMaster University
en Hamilton, Ontario.
1) Bellegarde-Smith, Patrick. “The Context of Haitian
Development and Underdevelopment”. In Haiti:
The Breached Citadel. (Canadian Scholars Press, 2004.)
2) “Building on the foundation of democracy: an overview of the
first two years of President Jean-Bertrand Aristide's presidency”,
February 7 2001-February 7 2003. Embassy of the Republic of
Haiti in Washington D.C., 2003
3) Farmer, Paul. “Haiti: Short and
Bitter Lives.” Le Monde Diplomatique. June 2003.
4) Regan, Jane. “Haiti: In bondage to
history?” NACLA Report of the Caribbean, Feb. 2005, Vol.38, No.
4
5) Phillips, Anthony. “Haiti Needs
Justice, Not Charity.” The South Florida Sun-Sentinel. July
24th, 2006
6) Miles, Melinda. Let Haiti Live:
Unjust US Policies Towards it’s Oldest Neighbour. (New York,
Educa Vision, 2004).
7) Lundahl, Mats. “History as an Obstacle to Change: The Case of
Haiti.” The Journal of InterAmerican
Studies and World Affairs. Vol. 31. No 1. 1989.
8) Farmer, Paul. Getting Haiti Right
This Time: The U.S. and the Coup. (Monroe, Common Courage Press,
2004).
9) Eberstadt, Nicholas. Haiti in
Extremis, The Weekly Standard, Oct 9th, 2006, Volume 12, Issue
6, pg. 23
10) Griffin, Thomas M. and Irwin P. Stokzky.
Haiti: Human Rights Investigation: November 11th – 21st,
2004. (Center for the Study of Human Rights, The University of
Miami Law School, January 2005)
11) Hallward, Peter. Haiti 2010:
Exploiting Disaster.
12) Kim Ives. International Donors Conference at the UN: For $10
Billion of Promises Haiti Surrenders
it’s Sovereignty. Haiti Liberte. April
12th, 2010. Disponible en línea:
http://www.haitianalysis.com/2010/4/20/international-donors-conference-at-the-un-for-10-billion-of-promises-haiti-surrenders-its-sovereignty
13) Mendoza, Martha. Would be Haitian Contractors Miss out on
Aid. Washington Post. December 13th, 2010. Disponible en línea:
http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2010/12/12/AR2010121201566.html
14) Maxwell, John. Shameless and Graceless. The Jamaica
Observer. February 14th, 2010. Disponible en línea:
http://www.jamaicaobserver.com/columns/Maxwell-Feb-14
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Este artículo es parte de la reciente edición de la Revista
América Latina en Movimiento, No. 461, sobre "Haití a un año del
terremoto: deudas pendientes"
http://alainet.org/publica/461.phtml